Las Emociones y el Aprendizaje

Victoria Cantú /
 
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No creo ser la única persona a la que no le gustó una materia porque el profesor no sabía enseñar. Ya fuera que se la pasara leyendo diapositivas, que no supiera responderte tus dudas y cambiara de tema, que todo el tiempo estuviera malhumorado e irritable, entre otras posibilidades. Y sé que esos profesores no sólo conseguían que no nos gustara su materia, sino que, además lograban que no aprendiéramos nada realmente, que nos limitáramos a hacer las actividades por cumplir y por no tener que volver a cursar, porque no queríamos repetir la desagradable experiencia.

Y no sería novedad si les digo que esos profesores no tenían ni la menor idea de la pedagogía (el estudio de las técnicas para la enseñanza). Pero bueno, ese ya será tema para otro día.

Por ahora quiero exponer la gran importancia de las emociones positivas durante el aprendizaje de cualquier tema, sobre todo durante las primeras etapas de la vida.

Como les explicaba en mi publicación anterior “Lo bien aprendido ¿jamás se olvida?”, las sinapsis son las conexiones entre neuronas que se forman con cada información nueva que entra al cerebro, y si hay emociones positivas implicadas, junto con la repetición constante, esas sinapsis se fortalecerán tanto que la información que contienen quedará en la memoria a largo plazo. Y algo sumamente importante: cuando hay una emoción negativa, la entrada de información tiende a bloquearse. Entonces ya tenemos dos razones para procurar emociones positivas mientras aprendemos: conseguir que SÍ entre la información y que sea más probable que permanezca a largo plazo.

Con razón no aprendíamos nada con aquel maestro que nos hacía aburrirnos, estresarnos o incomodarnos.

Y si eso es importante para alguien estudiando su carrera universitaria o algún posgrado ¿cuánto más no lo será para un niño, que apenas está conociendo el mundo? Imaginen que se le intenta enseñar un tema importante de la peor manera y al niño termina por desagradarle, rechazando el tema para siempre.

Por ello es elemental encontrar la manera adecuada para que a los niños les guste el tema en cuestión, les llame la atención y les entretenga. Los niños podrían aprender literalmente cualquier cosa si tan sólo se los explicáramos con ejemplos sencillos y divertidos. Temas que muchas veces son considerados para personas mayores porque parecen aburridos y complejos, aunque sean tan útiles en la vida diaria (por ejemplo, las finanzas), podrían ser enseñados a los niños a través de juegos, y entonces ya no sería un tema “aburrido y para adultos” sino algo divertido que quieren seguir haciendo.

Hay que comprender a los niños. Que sean pequeños no los hace tontos. Tienen mucha capacidad intelectual, y sería un desperdicio desarrollarles aversión a cierta temática por no haber sabido enseñársela. Y aunque en la escuela los maestros no tienen tanto cuidado con estas cuestiones, en la casa podemos trabajar para revertirlo: podemos utilizar juguetes para representar conceptos, hacer cuentos entretenidos para explicar teorías. Hay mil y un maneras para enseñar, la creatividad no tiene límite.

Y algo muy importante: al enseñar, nuestra actitud también debe ser positiva. Si estamos alegres y apasionados cuando les enseñamos, los niños querrán imitar esas emociones y estarán alegres y apasionados mientras aprenden. Así, la información tendrá paso libre por sus cerebros, y después recordarán el tema como algo agradable que les gustaría repetir.

 
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